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20 ene 2012

Arsenio Lupin contra Herlock Holmes

La primera vez que vi en una librería el nombre de Sherlock Holmes -sin darme cuenta al principio que le faltaba una “ese”- junto a la ausencia del nombre de Sir Arthur Conan Doyle, que en este caso era sustituido por el de Maurice Lebranc, fruncí el ceño. Aunque siempre he tenido la costumbre de leerme una buena, o cuando menos regular, novela policíaca por las noches, acompañado de una taza de té,  y para ello algunas veces he recurrido al famoso detective ingles, ignoraba que otro autor aparte de Doyle lo hubiera incluido en sus historias. 
No es que considere que las historias de Holmes son unas obras maestras, no, son novelitas que despiertan el interés y entretienen, sólo eso. Con la novela del género negro-policiaco no suelo ser nada exigente, únicamente pido un poco de misterio, bien concebido, que no me saque de dudas antes de llegar a las últimas páginas. Algunos autores lo logran en novelas que a fin de cuentas son bastante simples.
Volviendo a la novela en cuestión, Maurice Lebranc, escritor francés nacido en 1864 y fallecido en 1941, fue el creador de Arsenio Lupin, un ladrón muy hábil, y muy simpático -en la medida en que un ladrón puede serlo-, que cobró fama en Francia al mismo tiempo que Holmes lo hacía en Inglaterra y en el mundo.  
Leblanc decidió enfrentar en una de sus historias a su famoso ladrón contra el mucho más famoso aún detective ingles, pero para librarse de una demanda, alteró los nombres  de Sherlock y de Watson dejándolos en Herlock y Wilson. Gracia debió haberle hecho a Doyle.
La novela fue publicada en 1908 y la trama se sitúa en Paría, donde Holmes es requerido por acaudaladas personalidades porque la policía local no puede con el famoso ladrón Arsenio Lupin, de quien han sido víctimas. Lupin aparece para cometer un crimen y desaparece después de cometerlo de las formas menos esperadas, al parecer atravesando paredes, porque no existe ninguna otra explicación para entender cómo hace para salirse con la suya llevándose lo de otros cada que quiere. 
En cuando toman posiciones los dos contendientes, después de una caballeresca charla en la que se fijan algunos puntos, Holmes recibe un izquierdazo tras otro. Al parecer hasta las piedras le avisan a Lupin por dónde caminan aquéllos que quieren atraparlo. El ingles, después de recuperar la lucidez tras las primeras aporreadas, donde Watson -digo Wilson- resulta con un brazo fracturado, comprende que algo tienen que tener en común todos los edificios donde Lupin ha robado y ha desaparecido misteriosamente.
Resulta cuando menos curioso cómo es que Lebranc ideó el fin de las hostilidades. Evidentemente, Holmes no podía perder, pero el autor tenía que cuidar de su personaje, así que tampoco se podía dar el lujo de permitir que el detective ingles fregara con su famoso ladrón el piso. Así las cosas, no había muchos finales de los cuales echar mano y Leblanc, me parece, se inclinó por el más conveniente.
El libro resultará agradable para los fanáticos de la típica novelita policíaca que tanta fama cobró en el pasado siglo. Es probable que algunos encuentren mejor a Holmes con la pluma de Leblanc que con la de su creador. Después de todo no sería justo olvidar que a pesar de la fama de Shelock Holmes las novelas en las que aparece son digeribles sin ser buenas y él no es un personaje original, sino una ligera mutación de C. Auguste Dupin, creación Edgar Allan Poe.
No se me da mucho poner aquí las portadas de las novelas que reseño, por varias razones. Pero si una portada vale la pena seria un crimen no hacerlo. Y la portada de la novela de hoy sí que me ha gustado. 

1 comentario:

  1. yo la he leido y me gusto el final dejo bien a Holmes y a Lupin(que por cierto a mi me encanto Lupin)

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